Con la cabeza despejada, pienso que ella debe irse. No aceptarle dinero, no dejarlo entrar más y, en el peor de los casos, llamar a la policía. Cuando él dispara, dispara. En Aicher no se puede confiar. Yo puedo hacer poco o nada, porque no tengo dinero. Pero ella aún puede vivir varios meses con el dinero, alhajas, etc. que tiene e irse luego a Austria con sus padres. O en el peor de los casos, a Berlín, donde Hedda.
Me la encuentro al mediodía. Nos vamos al Siebentischwald. Le reprocho que trate falsamente a R, que lo tome en serio. Y siga aceptándole dinero. R no se lanza contra muros de piedra, sino de goma solamente. Lo que ella quiere, en definitiva, es tranquilizarlo. Y él lo sabe: su último refugio no es el bastón de estoque, sino el lloriqueo. Ayer quiso asfixiarla, y amenaza constantemente con el asesinato. Mar tendrá que armarse, está totalmente inerme. Cuando él la ataque, ella tendrá que fulminarlo como a un perro rabioso. Tal vez sea mejor marcharse, aunque él la seguirá.
Bertolt Brecht