El otro día hicimos en clase un ejercicio que resultó muy interesante. Se trataba de pensar cada uno como sería nuestra ciudad perfecta, durante cinco minutos. Luego, una persona contaría su ciudad y, a partir de ahí, el resto debíamos ir aportando nuestro granito para así mejorarla.
Es curiosa la forma que tenemos cada uno de pensar. Hubo quien se imaginó una ciudad "blandita y redonda", como si de este modo se convirtiera en un lugar menos difícil...
Yo la imaginé en blanco y negro. Y realmente me chocó este aspecto, pues acostumbro a verlo todo de colores. Supongo que por mucho que quisiera, para mi era imposible imaginar una ciudad que fuese perfecta. Vivo en un pueblo al sur de la Comunidad de Madrid, Navalcarnero, donde puedes encontrar un parque por cada esquina, y cada uno más amplio y confortable que el anterior. Llevo tres años viniendo a Madrid todos los días y, aunque la he cogido cierto aprecio, su ruido, su tráfico y la gran cantidad de gente es algo que me oprime y a lo que no podría acostumbrarme jamás. Me gusta la cercanía de la gente en mi pueblo, que todos nos saludemos al pasar y que siempre suene el agua de las fuentes y se oiga a los niños jugar.
Esto me ha recordado a otro ejercicio que hicimos en clase: Haikus (poemas japoneses de breve formato). Mi haiku iba sobre mi pueblo, pero a mi me dio vergúenza y no lo quise leer. Hoy, que me alegro de vivir donde vivo lo publico:
tus torres te anuncian
pueblo sincero.
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